LA COLUMNA DE

Es probable que asistamos a un momento político en el que ganar o perder dependa en gran medida del arte de bien decir. Escuchamos argumentos, frases bien elaboradas, eslóganes de éxito… pero al final todo se reduce a una lucha entre individuos parlantes que ponen a funcionar toda su maquinaria intelectual, toda su labia, toda su capacidad de persuasión y de refutación para llevarse la razón, convencer y ganar. Todo ese entramado discursivo se da en un contexto de crisis y de caducidad en el que los valores y las formas de la política institucional no están satisfaciendo nuestras necesidades ni garantizando nuestros derechos. La clase política trata continuamente de seducirnos con bellas palabras, pero cuando esas palabras pierden su valor, su carácter verdadero (si alguna vez lo tuvo), su capacidad de encanto y su capacidad de convicción, la sociedad civil genera un rechazo, hace una denuncia y elabora una reivindicación. El problema llega cuando la protesta sigue la lógica de aquello contra lo que precisamente se rebela: es necesario cambiar la estrategia comunicativa, pues la articulación del lenguaje en su forma “tradicional” ha quedado incomprensible e incomprendida.

Quizá sea momento entonces de considerar un cambio en la manera de comunicar. Quizá sea momento de recurrir a lo corporal y tomarlo como medio para la reivindicación partiendo precisamente de la necesidad de comunicar de manera distinta teniendo en cuenta, sin duda, que somos seres en relación, pues de otra manera la comunicación no sería posible. La opción a la que podríamos aspirar es a esa que nos sitúa en el espacio de todos y de nadie, pues no puede ser concebible una comunicación en soledad, al margen de un espacio y de un tiempo, en aislamiento, alejada del resto de cuerpos. Dice Natalia Iguiñiz, artista visual, que “como comunicadores, como personas que dejan una huella, dejamos algo en un espacio que es un espacio que debería ser público. Pienso que los espacios públicos deberían ser más reconocidos como espacios de todos o, en todo caso también, como espacios de debate, o como espacio de lucha sobre una serie de poderes”. El cuerpo en el espacio público, haciéndonos presentes en el mismo, permite la revelación de un contenido individual, pero también colectivo. Eso posibilita que lo reclamado se sienta propio y, lo que es más importante, que se sienta: que sea sensible. Dice a este respecto Cecilia Olea, del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, que “se da una ruptura de lo que son los cánones hegemónicos desde la academia y desde el quehacer de la política. Es una ruptura cognitiva, donde no solamente se apela a la razón, sino que se apela al sentimiento”. Esto permite interrumpir el relato dominante y crear nuestro propio relato a través de la presentación de lo nuevo que emerge frente a la representación de lo caduco impuesto. La actividad colectiva mediante la intervención del cuerpo se lleva a cabo en todas partes y en todo momento, y su fin es el desgarro, la fractura, abrir una brecha, crear un espacio, una tierra de nadie y de todos, y un tiempo en el que no se permita nunca más la exclusión (o la no-aceptación) del lugar público, del contexto actual, del momento histórico (todos los momentos son históricos) y de la acción política, esa que se construye desde lo común y hacia lo común.

Si algo aprendimos en las plazas hace casi cinco años fue precisamente eso: que transmitir otro mensaje pasa por la creación de otro lenguaje que provoque la coincidencia y el acuerdo corporal, la alianza colectiva, la reapropiación del espacio y la creación de un tiempo que permita comunicar lo posible y no decir lo efímero. Aprendimos que eso debemos hacerlo poniendo en juego lo único que tenemos: el cuerpo, el cuerpo vivo.


¿QUIÉN ES EMA ZELIKOVITCH?


Graduada en Filosofía y estudiante del Máster de Liderazgo Democrático y Comunicación Política de la Universidad Complutense, Ema Zelikovitch es activista desde hace cinco años, primero en el movimiento estudiantil y, posteriormente, en el colectivo Juventud SIN Futuro. Participante en tertulias y entrevistas en medios de comunicación (Cuatro, La Sexta o TeleSUR). Formada en danza clásica, flamenca, española y contemporánea, fue alumna en el Real Conservatorio Superior de Danza y en escuelas como la de Víctor Ullate, Carmen Roche o Carmen Senra. Tiene un blog (Filosofía y otros cuentos) en el que escribe textos que mezclan la filosofía, su actividad política, el feminismo y la poesía.

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Escucho de fondo mi último descubrimiento musical. Y lo digo con la boca llena. Porque siempre queremos ser los primeros en escuchar a un grupo sólo para poder enseñárselo a otros o para decir dentro de unos años: “Yo fui a verlos cuando les seguíamos cuatro gatos”. Puede que, a veces -reconócelo-, te cueste ver que las cosas les van bien y llenen salas de 100, 200 o 1.500 personas. Porque dejan de ser algo tuyo. Dejan de ser TU descubrimiento. Como aquella novia del instituto que dejaste y que hoy, no sólo es más que notable que los años han jugado a su favor, sino que sentimentalmente intuyes (gracias Instagram) que la vida le va, al menos aparentemente, bastante mejor que a ti. ¿Y las canciones que os unían? ¿Se acordará de ellas? ¿De aquel grupo que descubristeis juntos? Posiblemente NO (habla mi yo realista).

Vayamos por partes, cosa que, como podéis leer, no se me da muy bien. El caso es que necesitamos sentir que hemos dejado huella. Que hemos supuesto algo en el camino de alguien o de algo. O, como mínimo, que se acuerdan de nosotros. Eso es lo que dicen siempre en las películas, ¿no? Hablarán de nosotros cuando hayamos muerto. ¿O era al revés? Pasan los días, los meses, los años… y seguimos pensando en aquella novia del instituto y si las decenas de grupos de los que hablábamos, aquellos poemas escritos con 15 años, aquellas fotos en el viaje de fin de curso a Benalmádena… nos harían infinitos, eternos. Si sigue batiendo el tomate que le unta a las tostadas por las mañanas como hacías tú o si ha dejado de ponerse la camiseta que le regalaste porque le provoca un leve dolor de estómago. Ese dolor que te transporta al pasado y te hace encogerte de hombros y limitar un poco tu capacidad pulmonar. Adictivo dolor, todo hay que decirlo. Porque además de querer dejar huella, todos somos un poco masoquistas.

Yo un poco tirano (me viene a la cabeza la película Jeux d’enfantsYann Samuell, 2003). Será eso. Y tú un flan. Lo que sé es que yo venía aquí a hablar de mi libro. Bueno, concretamente de mi disco. Más concretamente del disco de Morgan. Y si nos ponemos a concretar más, de la cancion Volver. Pero me lié por el camino. Al final, lo maravilloso de canciones así o del resto de cosas que, como diría mi amiga Itziar, te vuelan la cabeza, es que nos hacen conectar de una manera tan especial con nosotros mismos y/o con otros, que cuesta centrarse.

*** Y sigue sonando en bucle: “Échame de menos, no me falles esta vez, porque no sé si voy a volver”.


¿QUIÉN ES CARLOS SILES?


Titulado en Periodismo y, posteriormente, en Organización Integral de Eventos y Protocolo, ambas en la UCM. Más de diez años como redactor en prensa escrita (Grupo Zeta, Unidad Editorial, Axel Springer…) alternando con labores de comunicación en proyectos como Marsillach Acting Academy o La Moda Aplicada. También ha colaborado esporádicamente en medios como Mondosonoro, Salir.com o CLMag. Paralelamente, viene desarrollando un proyecto musical que cuenta con dos trabajos discográficos publicados con el apoyo del sello barcelonés PSM Music. En la actualidad, además de dirigir I, Me, Mine! Magazine, es responsable de comunicación y producción de conciertos en la sala Contraclub Madrid desde hace cuatro años.

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De pequeña odiaba leer. Los libros que mandaban en el colegio tampoco ayudaban: las leyendas de Bécquer en una edad en la que te importa de todo menos el amor, una novela sobre las memorias de una vaca, aventuras de unos monjes en busca del santo grial…
 Mi vocabulario, pues, no era muy extenso. En casa me decían que era una “gorrona” y yo -inocente de mí- como no sabía bien qué era eso que me sonaba a pajarillo, cuando llegaba la hora del recreo, me confundía y decía que iba a “gonorrear” los bocatas de mis compañeros. Los profes me miraban asustados. No entendía por qué.
Continue reading “Laura Carrascosa Vela: a propósito de Juan José Millás”

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Con tres años empecé a estudiar danza en Jerusalén, mi ciudad natal, y con seis años continué estudiándola en Madrid. Recuerdo caminar de la mano de mi madre por la calle y pasar por delante de la escuela de danza de Víctor Ullate. En el escaparate habían colgado un póster enorme: era una bailarina con tutú y puntas doradas, con medias negras y con el pelo recogido en un moño. Recuerdo pararme delante del póster y decirle a mi madre “yo quiero hacer eso”.

Continue reading “Ema Zelikovith: La danza, o ser sintiendo el cuerpo”

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Una de las cosas que más me gustaba hacer cuando era una preadolescente, era colarme con mi amiga Ana en la habitación de su hermano. Javi tenía 20 años y una estantería repleta de discos de grupos en inglés. Rock. Un mundo paralelo a Jennifer López, La Oreja de Van Gogh y el resto de música que escuchábamos en el autobús del cole. Enchufábamos el radiocasete con CD que le habían regalado a Ana en su primera comunión y elegíamos un disco:

Continue reading “Marina Francisco: Hermanos mayores”

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Durante el tiempo que llevo haciendo fotos, me han dado todo tipo de excusas para evitar ser fotografiado: “Yo es que soy feo”, “Es que llevo prisa”, “¿Eres policía?”, “¿Y para qué quieres una foto mía?”, “Es que no soy nada fotogénico”, “Si te tomas algo conmigo sí” y mi favorita: “Es que estoy fichado” que, digo yo: ¿Si ya te tienen fichado qué más da que haya otra foto más?

Continue reading “Laura Carrascosa Vela: ¿Puedo hacerte una foto?”

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Me suelo rodear de obsesivos natos. Inofensivos, eh. Gente maja. Melómanos que rozan lo enfermizo. Que se visten y llevan el corte de pelo de sus ídolos y celebran como hooligans cuando el DJ pone una canción de su grupo favorito. Locos que son capaces de viajar a otro país sólo por asistir a un concierto. Gente como yo a la que nos encanta idealizar personajes y convertirlos en mitos. Y lo mejor de todo es que, muchas veces, el amor es compartido (que no correspondido). Tenemos un flechazo simultáneo con un artista en particular. No estamos solos en nuestra obsesión.

Continue reading “Marina Francisco: Mis mitos (caídos)”

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Hemos sido testigos durante los últimos años de la destrucción de todo un tejido cultural que ha sido sustituido por la industria del entretenimiento, rebajando la calidad de la cultura y haciendo de ella un pasatiempo, una actividad de distracción. La cultura es concebida hoy en día como aquello a lo que nos dedicamos en nuestro tiempo libre, aquello que nos permite evadirnos de la rutina y olvidar la realidad por un momento.

Continue reading “Ema Zelikovitch: La cultura como forma de resistencia”